Las lágrimas se
acaban
¿Una niña pequeña? No. Lo siento. No recuerdo haber visto
ninguna con esa descripción... ¿Ya preguntó en donde las monjas? Ellas suelen
recibir casos como el que menciona, no hay otro por aquí aunque...En ése mismo,
el orfanato de la calle M... se decía que ocurrían cosas extrañas. Cuentan los
más enterados que el año que recién acabó murieron allí cinco niños de los
cuneros en menos de un mes. Dicen también que, horas después del último deceso,
vieron a un nutrido grupo de monjas de la institución afuera gritando algo
sobre un demonio. Un único niño, varoncito, de unos once años, gritaba a todo
pulmón sujetado por dos monjas, mientras las otras lanzaban agua bendita a la
calle vacía.
Sí,
vacía. Yo no recuerdo haber oído que mencionaran haber visto nadie en la calle... Corren los rumores
de que lo que mataba a los bebés era un demonio, un fantasma o algo así.
Después de lo que le acabo de contar, no volví a saber de ninguna otra cosa
así. Lo juro por Diosito que me mira. Realmente debió ser alguna maldición o
algo y las mismas monjas le pusieron fin y salvaron al resto de los niños... Lo
curioso, dicen, es que las cinco criaturas que fallecieron estaban ya
enfermitas o muy maltratadas. Pero de eso a morirse tantas en un mes... Nunca
había pasado, hasta donde sé...
Al
día siguiente pasé por allí hacia la panadería y me encontré en el suelo un
pequeño rosario hecho de hilo de colores reventado de un jalón. Oí un llanto y
me asomé al jardín del orfanato, donde vi sentado a un niño. Debió ser el del
que me habló la vecina, al que sujetaban las monjas. En cuanto se dio cuenta de
que lo veía y vio el rosario, me lo pidió. No
me pude negar. Era muy amable y me lo agradeció mucho. Oiga ¿y si le pregunta a
él? No creo que se niegue y, viviendo allí, seguro que le ayuda a encontrar a
la niña que busca. Con tanto escuincle, luego las monjas no ubican a uno en
particular... Creo que el pequeño ése que le digo se llama Rodrigo...
...
La noche cae sobre una zona apenas habitada, al pie de
un sólido cerro, donde empieza el área de construcción de una unidad
habitacional, todo lleno apenas de obra negra y alguna que otra pared a medio
empezar.
El
aire está helado y, sin embargo se ve caminando entre las futuras casas a una
niña pequeña sin suéter, blusa escolar delgada y blanca con una faldita
tableada azul oscuro y unas sandalias negras sucias sobre unas tobilleras
raídas y grises de polvo. El brazo derecho va colgando a su lado por el peso de
una escayola que le cubre desde el codo y de donde apenas asoman las puntas de
los deditos azules de frío. En el brazo bueno lleva un jarrón de barro grande,
por la boca de éste asoman unos cabellos color castaño y los gorgoritos serios
de un bebé. La niña los escucha con una expresión que mezcla sorpresa y
gratitud.
—No
recuerdo haberte escuchado balbucear tanto nunca, Paco. Jamás. Me parecía que
no sabías hacerlo... —mira a su alrededor, buscando en la oscuridad— ¿Dónde
está Quique? No lo veo... ¡Quique, Quique, no te veo! ¿Dónde andas? ¡No te
alejes!...
Se
escucha un aleteo por encima de la niña y luego le cae encima un suéter azul marino
bastante dañado.
—
¡Quique, no! ¡Póntelo, hace frío! —grita la niña.
—
¡No! —grita una vocecita brava. Un niño más moreno sale de detrás de un montón
de ladrillos: Lleva un taparrabo gris como única vestimenta y en la espalda le
nacen unas alitas cubiertas de plumas grises de aspecto un tanto graso. En la
mano lleva un largo trozo de cuerda ruda y áspera. Realmente no parece tener
frío. Luce hosco.
— ¡No
es de que quieras! —dijo la niña con el suéter en la mano buena, con el jarrón
entre la otra y su pecho, acercándose al pequeño paso a pasito, como si fuera a
echarle una red encima.
El
niño lo prevé: agarra el mecate firmemente con la derecha y lo recorre con la
izquierda. Saltan chispas eléctricas con el roce. Entorna los ojos amenazantes.
Ella se detiene y suspira exasperada.
—
¡Órale, haz lo que quieras! —resopla.
El
escuincle se lo toma literal y blande el mecate como látigo. La niña apenas y
alcanza a soltar la prenda y apartarse antes de que sobre ésta caiga una
descarga que incendia el suéter.
La
niña abre la boca para decir algo, pero se lo piensa mejor, el calorcito de la
pequeña hoguera es agradable y reconfortante. Deja un momento el jarrón cerca
del fuego y se aleja para regresar después de un instante con una escoba de
popotillo rota, algunos costales de cemento vacíos y unos trozos de tablas para
mantener las llamas encendidas. Se
sienta abrazada a sus rodillas con los pies cerca del fuego. Recupera poco a
poco parte del color.
La
noche oscurece y enfría aún más. La pequeña, sin embargo, hacía rato que se
había dejado caer sobre un costado y dormitaba exhausta. El jarrón estaba
volcado y, acurrucado entre la niña y éste, había un bebé más pequeño que el
del mecate. Estaba despierto chupándose el dedo, alerta de cualquier sonido. El
otro, por su parte, alejado de los otros dos, revoloteaba torpemente, aun
aprendiendo...
Un
par de luces blancas grandes, se acercan poco a poco. Se oyen voces femeninas:
una de impecable articulación y acento español. La otra, todo lo contrario,
que, además, habla en náhuatl por momentos. Discuten indescifrablemente. Callan
al ver al extraño trío en semejante lugar.
—
¡Virgen Santísima! —dice la letrada.
—
¡Ah, chingá! —dice la no tanto.
La
pequeña se levanta de un salto, toma a su hermanito y sale del círculo de luz.
Bufa como un gato enfadado.
—
Encantador angelito —murmura con sarcasmo la voz letrada. Al entrar en el
círculo de luz de la hoguera, la luz difusa se aclara, revelando que se trata
del fantasma de una mujer joven, guapa, delgada, vestida totalmente de blanco,
muy elegante y antigua. La última moda de hace doscientos años entre la clase
alta...
— ¿Y
q´sperabas? La chamaca ya la pasó bastante mal ´sta horita... —la otra también
se revela con la luz del fuego: una Adelita vestida de blanco, sacada de plena
independencia, nomás le faltaban las carrilleras, el fusil y el sombrero.
Caderas anchas, pechos grades, regordeta y de aspecto dulce. Se acercó a donde
había desaparecido la pequeña y se inclinó un poco extendiendo la mano—.
Calmadita nénetl, no te vamos a hacer nada malo, ven, ándale. Yo soy de las
buenas, me llamo Juana, soy cihuanteteo... Yo... ¡uau! —la niña le tiró un
golpe con su yeso a la mano extendida atravesándola, bufó de nuevo y echó a
correr.
—
¡Quique, vamos! —gritó. El pequeño miró primero a su hermana, luego a las
mujeres, se dio cuenta que eso eran y finalmente salió volando tras su hermana,
espantado.
—
¿Qué les pasa? No iba a hacerles daño... —susurró Juana con aspecto dolido.
—
Pues ya lo ves. Se comprueba lo que te vengo diciendo desde hace un siglo:
todos están loquitos, sin remedio y sin excepción... Pero —agregó palmeando la
espalda de su compañera— , el pequeñito no puede ir muy lejos sin su
instrumento.
Paquito
había dejado su jarrón junto al fuego.
Un rato más tarde a
la pequeña se le acabaron las fuerzas para seguir corriendo. Se encontraban al
pie del cerro y allí encontraron una pequeña cueva formada por una gigantesca
tubería de concreto quebrada hace mucho tiempo y en total desuso. Tenía
grafitis de piso a techo y basura diversa cubría el fondo. No estaba tan bien
como cerca de la fogata, pero ya qué...
Ahora
sí estaba exhausta y era muy tarde. Despejó de vidrios un pedazo de suelo y se
desplomó dormida, abrazada de Paco.
No
pasó mucho rato, desgraciadamente, hasta que se vio bruscamente levantada por
una mano fuerte y voz agresiva. Estaba tan cansada y había estado tan dormida
que no entendió de principio todo lo que se decía:
—...
Mira nomás que güevos, méndiga zarrapastrosa, de venirte a meter en nuestro
refugio de hoy...
Eran
un chico y una chica que le sacaban bastantes años. No había ni asomo de
auténtica humanidad en ninguna de las miradas que se le clavaban encima...
—
Mira nomás... O lo que tenemos aquí es una cihuanteo muy chiquita, o un tlaloquito
sin alas —dijo él.
— Pos
se me figura de algo... —murmuró ella. Pensó un segundo y luego, mientras la
pequeña jalaba a los tlaloques a sus espaldas, la muchacha grande se acordó— :
Ah, ya lo tengo, es de la que hablaban algunas otras damas blancas: nuestra
nueva coleguilla...
Su
sonrisa era todo menos cálida, o amable ni tan siquiera un poquito amistosa.
— Lo
que nos faltaba: otra más pa´ partir las migajas... ¿Quién te manda vivir
jodida?
No
hubo respuesta. La niñita estaba demasiado acostumbrada, desgraciadamente a
maltratos y golpes como para saber que ellos no esperaban respuesta: hubiera
sido lo que hubiera sido que ella hiciera o no, se desquitarían ahí y ahora.
Era la ley del más fuerte, la ley de la selva de concreto.
No se
movió ni un centímetro, manteniendo a ambos tlaloques (Quique por acto reflejo
se fue a guarecer también junto a Paco) a su espalda y entre sus brazos. De
forma casi inaudita, a pesar de todo, no temblaba y se mantenía firme en su
posición tan expuesta. Sabía por experiencia que en cuanto se aburrieran de sus
silencio o de su aguante, se irían o les dejarían irse.
Pero
no fue así...
— ¿No
vas a atacar primero mugrosa? —dijo la chica, acercándose un poco— ¿No vas a
transformarte? Sabemos lo que eres. Deja de comportarte como si aún fueras una
persona... ¿No? —la niña no se movió. No entendía nada de nada y no iba a
moverse, no iba a permitir que tocaran de nuevo a sus hermanitos, jamás.
No
pudo evitar tomar aire súbitamente al darse cuenta de que las dos personas que
tenía delante cambiaban un poco y de manera súbita: los cabellos se volvieron
grises y espectrales en él y levemente rojizos los de ella, al igual que los
ojos, blancos en ella y amarillos en él, la piel se les puso, si cabe, más
pálida y ahora la amenazaban con sus diestras, convertidas en espantosas garras
transparentes y afiladas. Estaban bastante más que lo normalmente de locos y
era obvio que eran peligrosos.
— A
mí me parece —silbó el chico—, que este pequeño adefesio necesita una iniciación
y yo, necesito recuperar tono antes de mi próxima cacería...
— Sí,
vamos a divertirnos todos un rato —murmuró la otra— ¿Qué te parece? Una
iniciación como debe ser, siempre requiere público.
De
alguna forma que la pequeña no alcanzó a distinguir, la chica se pasó atrás de
ella y los tlaloques, le dio un feroz patadón en la cabeza y se lanzó sobre los
tlaloques, que gritaron aterrados e intentaron huir, pero Quique fue sujeto por
las alas y Paco por el cuello.
Eso
hizo explotar la sangre de la niña, pero no pudo hacer mucho, de nuevo se veía
superada en fuerzas. El muchacho la azotó contra la pared de la cueva y ella
perdió parte de la conciencia. Lo único que tenía claro en la cabeza, era que
se la llevaban a rastras de la camisa, al exterior...
Tenía miedo... Su
miserable vida había dado un giro completo en los últimos dos meses y todo para
empeorar más: se había librado apenas de una bestia agresora y había ido a caer
con muchas más... Seguro que esta vez sí moriría, sin lugar a dudas... ¿Sería
posible que nunca nadie tuviera piedad, compasión, un resquicio de humanidad
para dejarla ir, para ayudarla?
La
respuesta le llegó en forma de vuelo y aterrizaje doloroso en grava de
construcción. Se incorporó a medias sobre los antebrazos de forma instintiva.
Lanzó una rápida mirada alrededor. Estaba rodeada por un círculo que se cerraba
a su alrededor: Por todas partes un buen puñado de otras criaturas como las que
la habían arrastrado hasta allí. La
mayoría eran adolescentes y adultos muy jóvenes... Ninguno se veía en su sano
juicio y eso la asustó más que la noche, más que su número, más que el lugar o
del hecho de que no sabía de dónde o cómo habían llegado todos ellos hasta allí
en tan poco tiempo...
Un
silbido cortó el aire: La joven que llevaba a sus hermanos llamó la atención de
todos.
—
¡Hola a todos, compañeros! —gritó. Todos lucían hoscos ante el saludo, pero la
joven continuó—: Sé que no acostumbramos reunirnos para convivir, que grupos
como el que tenemos presente sólo son posibles debido a la presencia de una
Llorona y que no se trata de algo social, sino una abierta guerra por algo para
llenarnos el buche... Y que al fin, cada quien vuelve a separarse para buscarle
por donde puede una nueva presa para ver si ora sí comen o para comer más los
que si se pusieron más vivos... Quiero detenerlos esta noche un momento más...
Miren lo que cachamos por aquí...
El
chico que había arrastrado a la niña, se acercó de nuevo a ella y la levanté en
el aire por los cabellos, haciéndola soltar un lastimero quejido.
— Una
cazadora nuevecita... —dijo entre dientes el chico.
— Una
más para partir las migajas... —dijo la chica.
Nadie
se movió, pero las miradas se volvieron aún más hostiles hacia la pequeña.
—
Propongo un poco de diversión para esta noche —dijo el chico a la
concurrencia—, para ver las capacidades de la nueva niña, para enseñarle lo que
es ser uno de nosotros... —le dirigió una mirada fría y le dijo a ella y solo a
ella— ... Para que aprenda a quedarse muerta...
Sin
aviso de ninguna clase, la lanzó al aire y, cuando caía le volteó un revés que
la envió un par de metros más allá. Su compañera por su parte, puso a los
tlaloques en manos de los espectadores y se unió a su compañero.
Era
una escena brutal. No dejaban de atacar y, la niña caía sin levantarse, ellos
se acercaban instándola a que se defendiera, a que diera espectáculo. De entre
el cruel público, se escuchaban los berridos del pequeño Paco, tratando de
soltarse, de ir a su hermana. Quique, en cambio, se había quedado inmóvil, en
una especie de shock y había dejado caer el mecate con el susto. La hermana de
ellos se levantaba otra vez... Sus ojos abiertos que lloraban y su boca seria
no dejaban de expresar su eterna pregunta: "¿Yo que hice?". Su nariz
sangraba, igual que varios cortes en sus mejillas y cejas. Su yeso estaba gris
y agrietado ya... Dolía tanto...
Otros
dos se metieron en la masacre.
—
¡Pelea, inútil!
—
¡Cambia ya! ¡Si no, no es divertido!
Paco
se retorcía desesperado en aquél momento. Usaba sus únicos cuatro dientitos
para morder e intentar que lo soltaran, pero no lo conseguía, por el contrario:
llegó un momento en el que también le pegaron a él, haciéndolo llorar aún más.
Ése sonido en particular fue lo único que hizo a la niña reaccionar un poco,
haciéndola intentar llegar hasta los espectadores para rescatarlo... Pero eso
hizo recrudecer la golpiza.
Su
inocente corazón, que a pesar de todo y con todo lo ya pasado, apenas empezaba
a desarrollar una nueva sensación que le quemaba muchísimo: Empezaba a ODIAR,
odiarlos a ellos, odiar a muerte...
Pero
ellos eran más y la pequeña empezaba a sentir más bien una rabia impotente: De
nuevo se veía rebasada. De nuevo lo veía venir, la fuerza que poseía no era ni
por asomo lo suficiente para hacer algo por sus hermanos...
Los
golpes sobre su persona eran salvajes, sin embargo casi no podía sentirlos ya.
¿Estaría muriéndose de nuevo? ¿Moriría de forma definitiva al fin?
Pasaba
de unos brazos a otros para ser sujetada aunque no hiciera falta, y ser
golpeada por terceros, lanzada, pateada, insultada. Apenas reaccionando más por
reflejo que en defensa propia.
Oía a
Paco gritar desesperado, era lo único que la mantenía más o menos de pie. No
podía hacer más.
Paquito
la vio desaparecer entre el grupito agresor berreando todo lo fuerte que podía,
sin entender por qué Quique se quedaba quieto ante todo eso, por qué los
lastimaban. Ella era todo su mundo, la persona más cálida para él. Su primer
recuerdo era su aroma, su calor, su voz. El último al morir su sombra sobre él,
la presión de sus brazos, su imagen en el suelo...
Al
verla inmóvil gritó de nuevo con mayor fuerza que antes.
Una
sola palabra, una sola que expresaba lo que ella significaba para él, lo mucho
que le importaba y quería, lo que ella era a sus ojos al menos. Su primera
palabra repetida una y mil veces cada vez con mayor claridad y fuerza...
Los
demás cazadores se voltearon a verlo con cierta confusión.
Entonces
pasó:
Un
gruñido bajo y bestial se escuchó y un murmullo como el de la tormenta que se
acerca, con su aroma a humedad pudo sentirse.
La niña se levantó
despacio, con trabajos, irguiéndose en toda su pequeña altura, con el rostro
hecho una lástima de mugre y sangre. El gruñido venía de ella y el murmullo del
aire. El color en su cabello se degradó convirtiéndose en un gris oscuro al
igual que el de sus ojos. Su única mano buena era acero fantasmal.
No más miedo hoy ni nunca más... No más... JAMÁS…
Los dos agresores
principales estaban demasiado cerca para su gusto: Él de su persona y aquélla
de sus hermanos.
Él se
confió y sonrió: por fin algo digno para jugar... Corrió hacia la niña y la
"niña" gritó.
Pero
no fue miedo ya. Fue el sonido mortal del grito de una llorona o de su similar
europea, la banshee. Con una frecuencia tan alta que todos los presentes
temblaron sin poderlo controlar, desde la piel hasta sus respectivos resquicios
de alma, exceptuando al muchacho, que se había quedado clavado en el sitio,
recibiendo el grito de frente y directo.
La
niña se quedó poco a poco sin aire y el silencio reinó de nuevo de un modo
aterrador.
El
único y mínimo sonido fue algo parecido a un pequeño globo reventándose dos
veces. Luego el cazador cayó a escasos dos metros de la niña: Estaba muerto.
Su
compañera chilló. Él era lo único que le había importado, así que se lanzó al
ataque como una arpía, con su garra en alto y cayó igual y encima de él,
víctima de otro grito asesino. El resto observó inmóvil: Ninguno de los
presentes era capaz de gritar como las Lloronas, aunque podían aguantar uno de
sus gritos, pero el de ésa criaturita era más poderoso que el de aquéllas almas
malditas con las que se alimentaban... Acababan de descubrir lo que había al
otro lado de la cuerda y no les gustó. Ya no querían saber más.
La
niña pasó por encima de los dos cuerpos cual si fueran más grava del lugar y se
fue directa a los que mantenían sujetos a Quique y a Paco, los cuales fueron
liberados al segundo con sólo una mirada hosca. Al caer sobre el suelo, Quique
fue a parar directo sobre su mecate, el cual sujetó por reflejo. Paco seguía
hipando y suspirando de manera incontrolable. Fue como ver a una gorila con sus
crías: sujetó a Quique de la muñeca libre y se lo cargó a la espalda, donde se
mantuvo sujeto, y entre sus brazos a Paco que se le aferró con manos y piernas
ocultando la cara en el hombro de su hermana, a la cual le salían lágrimas y
más lágrimas de los ojos, aunque su rostro permanecía de piedra.
Así
cargada, se puso en pie y emprendió la marcha de nuevo a la cañería de
piedra...
...
Allí
les esperaban Juana y Elena, las cihuanteteo. Frente a Juana, en el suelo,
estaba el jarrón olvidado por Paco, el cual se apresuró a recuperar.
Una
vez recuperado un poco del susto, Quique se soltó de su hermana y, algo
tardíamente, empezó a repartir relámpagos y truenos que externaban ese
"algo" en su pecho que no entendía...
La
niña, por su parte, pasó entre ambos fantasmas cual exhalación sin dirigirles
mirada o palabra. Su aspecto aún no regresaba a la normalidad. Dejó que se la
tragara la oscuridad del fondo del tubo de concreto.
Silencio.
—
¿Muñequita? —murmuró Juana al poco rato de verla desaparecer. Sólo se oía su
respiración. Un suspiro y una pequeña tos— ¡Ay, mi quimichine! —se lamentó a
media voz la guerrillera, acercándose.
Paco,
emulando a su hermana, gruñó como bestezuela a la cihuanteteo que seguía
acercándose a SU “mami”.
Juana
llegó hasta la niña, iluminándola con su blanquecina luz. Posó su etérea mano
en la cabecita teñida de gris.
La
adrenalina de la pequeña empezaba a desaparecer, con lo cual el dolor regresó.
Su brazo estaba partido de nuevo debajo del yeso ya cuarteado y deshilachado.
Todo sumado a los nuevos golpes y heridas de cuerpo y mente.
El
contacto cálido del espíritu de Juana fue como agua cayendo sobre un castillo
de arena. Empezó a temblar, se cubrió el rostro con ambas manos y rompió en
sollozos que acompañaban por fin las lágrimas que desde mucho antes no paraban
de surgir.
—
¡Ay, mi chiquita! —Exclamó Juana, dolidísima, cayendo de rodillas a su lado—
¡Ay, angelito mío! —Juana la abrazó con el afecto tan natural de este tipo de
fantasma abnegado. Paco se enojó,
pero, al querer saltar al interior de la cueva, fue retenido por un par de
brazos apenas un poco más grandes que los suyos que le cubrieron la boca, le
rodearon el torso y se lo llevaron.
—
Calmadito, que te conviene —dijo a su oído la dulce y traviesa voz de la dueña
de aquellos brazos, justo antes de jalarlo hacia la oscuridad de la noche.
Por
otro lado, Quique, descargando truenos, se topó al pie de un árbol con un niño como
él, pero cuya mirada y presencia eran de alguien mucho mayor. El mecate que
aquél ser llevaba se veía más gastado.
— ¿Te
crees muy chingón, eh? —le dijo el "viejo", con una media sonrisa.
Luego le hizo una seña con la mano llamándolo—. A ver, ¡muéstrame de qué estás
hecho!
Quique
se lanzó al reto y, persiguiendo al otro tlaloque, desapareció también en la
oscuridad.
...
Cerca
del amanecer, los tlaloques habían regresado: Paco acompañado de una linda
tlaloque llamada Mai y Quique de su retador, llamado Quino, se quedaban lejos,
muy aparte.
La
niña salió del refugio que había ocupado ya toda la noche: su cabello había
vuelto a ser castaño y sus ojos color avellana. El brazo roto le temblaba, pero
ya no lloraba. Ya no lo haría más desde esa noche.
Paco
se le acercó tímidamente cargando con su
enorme jarrón. Ella tendió los brazos hacia él de forma lánguida, sin sonreír,
sin expresión alguna. El pequeñito sólo se refugió un instante en los brazos
amados para separarse mostrando una linda sonrisa un tanto orgullosa.
— Mi
‘a "mami" —¡Estaba hablando!— , mi ‘a lo que "apendí" a
hace´ pa 'a ti...
No
sólo era hablar como si siempre lo hubiera hecho: su jarrón empezó a producir
un gorgoteo, metió las manos y de allí sacó, cual masa, AGUA. Sin embargo, la
niña sólo ladeó la cabeza mirándolo fijamente y entornó los labios cómo única
reacción.
Esa
noche había obrado muchos cambios.
Paco
puso un poco del agua en una herida de su hermana y ésta empezó a cerrar con
gran rapidez hasta convertirse en una pequeña cicatriz blanca en la piel de la
niña. Animado por la prueba, el chiquitín puso agua en todas las demás heridas
que veía.
Ella,
sumisamente, lo dejaba hacer y, al verlo batallar con lo que faltaba debajo de
la camisa, se despojó de ella con la mano buena sin siquiera parpadear. El frío
del amanecer no parecía afectarle ya, y lo que conocemos como pudor le era totalmente desconocido a
esa niña de nadie.
La
única reacción de notar, fue al tocarle el turno al brazo roto, que el pequeño
había dejado de último para ir tomando confianza de sus habilidades nuevas:
Vertió el líquido (que parecía no agotarse nunca) directo sobre el hombro de su
hermana, el cual se filtró entre la escayola y la piel y escurrió por donde
asomaban los dedos. Paco tomó aire, pero dudó. La tlaloque Mai lo animó con un
movimiento de cabeza, entonces él sopló con suavidad y el agua vertida se
congeló. La niña guiñó un ojo y torció el gesto exhalando un poco, para luego
apretar los dientes. El brazo tembló un poco más de forma involuntaria, pero,
ni el frío, ni las astillas que producía el hielo en la herida contenida por el
yeso, consiguieron sacarle ni una lágrima más a los ya secos ojos de la niña.
El
que sí parecía a punto de llorar era el pequeño curandero al recordar en cada
herida a su respectivo perpetrador.
Paco,
con gran habilidad, retiró el hielo de los dedos y del codo.
— No
puedo quita´ el yeso, todavía ta´da´á en sana´... —murmuró tristemente. Su vocecita
se quebró al continuar— : Todavía no soy tan bue... Tan... Tan b...
Rompió
en conmovedor y tierno llanto. Mai abrió la boca con una sonrisa enternecida,
pero la niña la miró fija y seriamente, haciéndola olvidar hasta su razón de
estar allí y luego, con suavidad, le posó la mano izquierda sobre la cabeza y
le acarició con toda suavidad hasta que se calmó un poco.
Paco
alzó la vista, encontrándose con la de su hermana. Todavía hipando, sujetó la
muñeca de su hermana entre sus manitas y la jaló hacia su rostro, para ahí
ocultarlo. Era tan cálida como la recordaba. Mientras así fuera, le importaba
poco su rostro o su aspecto. Lo que él amaba de ella era ese aroma, esa
presencia, esa cálida seguridad que emanaba de su cuerpo. El resto le tenía sin
cuidado.
Suspiró
aún lloroso, pero su expresión era tiernamente decidida al decir:
—Ya
ve´ás "mami", voy a ser ´el mejo ´sólo pa ‘a ti. Me toca... cuida
´te...
La
niña no replicó, simplemente lo acunó entre sus brazos y tarareó para él.
Allí
empezó todo lo demás… Juana y Helena tuvieron finalmente la oportunidad de
presentarse: Resultaron ser las dos cihuanteteo
encargadas de transformarlos en tlaloques. El problema había estado en que no
habían contado con la aparición tan rápida de los rescatistas.
—
Perdóname, mi vida —murmuró Juana, llorosa— , ay, corazón… todo esto es culpa
mía…
Juana
se confesó llorando. Lo necesitaba. La bondadosa guerrillera junto con Elena,
había sentido lo que ocurría en la casa de los niños esa noche. La orden de los
espíritus es no intervenir. Al caer los pequeños en agonía, ellas hicieron lo
que todas sus compañeras hacen… Juana vio tan seguro el final de la historia
que había convocado el alma de la niña, la había transformado y devuelto…
Tonali, siempre caprichoso y loco, resultaba no haber escrito aún el final de la
vida de la niña: los paramédicos, llamados por una vecina que había oído el
alboroto, llegaron justo en el instante que el pequeño corazón se había
detenido y lo hicieron funcionar otra vez…
— En
pocas palabras —dijo Elena, impasible—, tienes el alma de un tlaloque en tu
cuerpo aún vivo… Pero siendo hembra y habiendo explotado al máximo tu instinto
maternal de protección al grado de sacrificio, más el hecho de estar en ese
momento al borde del límite de edad que te diferenciaba de “niña” a “pequeña
adulta”, puede decirse que eres algo así como una pequeña cihuanteteo, una de
las nuestras… pero también eres una de “ellos” —subrayó, refiriéndose a la bola
de salvajes que la habían atacado recién—. Se llaman cazadores de Lloronas y son, básicamente niños que en su momento,
como tú, tienen espíritu de tlaloque en un cuerpo vivo y cuyo trabajo es
localizar y exterminar cuanta Llorona encuentren. Las Lloronas son lo contrario
a nosotras, lo cual creo que ahora te resultará muy obvio, cariño: son las
almas de mujeres con corazón tan negro que atentan contra aquél noble destino y
naturaleza que toda hembra del mundo ha guardado desde siempre: la protección,
educación y cariño de las crías de su especie… El alma de tu progenitora está
manchada para siempre…Ahora que ha matado y muerto, su pecado le gustó y
seguirá haciéndolo así como es ahora… Al menos hasta que un Cazador acabe con
ella y su sombra de terror… Las Lloronas se comen completas las almas tiernas
de los niños vivos. Nosotras sólo la parte más pesada del alma, regresando al
cuerpo, para su transformación, el “hueso”, que es la parte más pura y ligera
de ésta…eso es lo que da origen al tlaloque. Ahora esa es también parte de tu
labor.
Quedaron explicadas
todas las cosas raras ocurridas hasta ahora. El instinto de cazadora que
empezaba a surgir en la pequeña, era lo que la había orillado a acercarse a los
cuneros nada más llegar al orfanato y lo que la había hecho capaz de sentir lo
cerca que estaban las pobres criaturas de su final. Incluso su voz había
adquirido un matiz más maduro, dulce y especial en esos momentos, pero apenas
ahora, forzada por las agresiones de esos otros cazadores, es que su naturaleza
había terminado de emerger totalmente.
Conforme el sol
empezaba a elevarse y calentar, los tres hermanos, las cihuanteteo y los otros
dos tlaloques se fueron recorriendo al interior de la cueva, donde estaba
fresco. La niña no había dormido mucho en un largo rato, así que no tardó en
irse amodorrando durante la conversación con Juana y Elena hasta que finalmente
se quedó dormida a mitad de un tema. Paquito se acercó a revisarla e iba a
acurrucarse en sus brazos, cuando Quino y Mai los llamaron a él y a Quique.
— Aún les faltan
cosas por aprender, niños —dijo Quino a Quique, quien hizo un mohín y salió hecho
un tiro y lanzando algunas chispas al aire.
Paco por su parte
se quedó entre su hermana dormida y Mai. Dudó un poco: Miraba a su hermana
dormir y le apetecía imitarla, pero en la otra mano de la balanza estaba su sed
de conocimiento, cosa que Mai prometía saciar. El niño miró el brazo enyesado
de su hermana y acabó por tomar su enorme cántaro para ir con Mai, que le
sonrió.
— Para ser tan
chiquito, tienes muy claros tus objetivos ¿verdad? —dijo Mai al tomarlo de la
mano para salir de ahí también—. No te preocupes, no nos alejaremos mucho de
aquí… Te ayudaré a cumplir tu promesa, te voy a convertir en el mejor de todos
los tlaloques…
…
—La niña que busca
no está aquí, señor. No tenemos ninguna con las señas que dice. Conserve la
calma. Es probable que la tengan en otra casa hogar o que… ¡Caramba, no tiene
que usar ese tono! Si se le dice que no está aquí, es que no está y ya y haga
como quiera… ¿Qué le dijo quién…? Ay, señor, sea realista: Los niños y niñas
que nos llegan han pasado por muchas cosas, la mayoría harán y dirán lo que sea
por llamar la atención e incluso por conseguir un hogar, hasta el centradito de
Rodrigo… Echar nosotras, NOSOTRAS a una criatura a la calle, a su suerte… Eso
sí que es una locura, una insensatez. Me parece que Rodrigo ha leído demasiadas
historietas y cuentos de hadas. Habrá que corregir eso… Nosotras nunca le
negaríamos cariño y protección a una criatura en las condiciones que dice, eso
se lo juro por Dios que me mira...
…
Y aquí termina la
historia de la vida de Jacinta y empieza el camino del cazador por su presa…